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martes, 4 de febrero de 2014

Historia de amor entre un soldado soviético y una mujer alemana...

En el 2007, la octogenaria Elizabeth Valdhelm llegó a la embajada de Rusia en Alemania y pidió un visado para viajar a Siberia. Iba a visitar a un tal Iván Byvshij, un veterano de guerra que no había visto desde hacía sesenta años y con el que pretendía casarse. Esta fue la continuación de una de las historias de amor más conmovedoras entre una alemana y un soldado soviético. La pareja se enamoró durante la guerra y se volvieron a encontrar sesenta años después. Fuente: Revista "Neizvestnaya Siber"

Una boda inusual 

Los periodistas comenzaron a reunirse junto al edificio del Registro Civil de Krasnoyarsk mucho antes de la ceremonia. Había cerca de un centenar de periódicos y revistas locales de Moscú y Berlín. No se creían del todo la historia sobre lo que iban a realizar reportajes y escribir notas. El exsoldado del Ejército Rojo y la que fue en un tiempo una chica sencilla de una pequeña ciudad alemana, Heyerode, decidieron casarse. ¡Y a la edad de ochenta años!... 


Se dirigieron al Palacio de bodas con mucho estilo, en un Lincoln negro. Tan pronto como Iván Nikoláyevich y Frau Valdhelm salieron del enorme vehículo, inmediatamente empezaron a oírse los clics de las cámaras. Se oían las voces de los periodistas que clamaban por un lado: "¿Qué significa para ustedes la boda de hoy?". Por otro lado se oía: "¿Cómo se han encontrado el uno al otro?". Sin haber comenzado aún, la fiesta se convirtió en una improvisada rueda de prensa... 

"¿Es su decisión sincera y libre la de convertirse en marido y mujer?", preguntó una empleada del Registro Civil. "¡Sí! Por supuesto que sí ", respondió Elizabeth con una carcajada. Se echó a reír de alegría y, al parecer, por el hecho de que no podía creer del todo lo que estaba sucediendo. Su proceso de divorcio en Luxemburgo duró dos largos años, no querían darle el visado, y de repente, todo salió bien. Frau Valdhelm e Iván Byvshij intercambiaron los anillos. Algo para lo que habían esperado sesenta años, se realizó en solo un par de minutos…

Inmediatamente después de la boda, la pareja se mudó a un amplio apartamento, regalo del exgobernador de la región de Krasnoyarsk. Elizabeth, que  recibe una pensión digna en Alemania, decidió amueblarlo ella misma. Compró alfombras, vajilla, un sofá y dos sillones. Y comenzaron a vivir como una pareja mayor cualquiera. Paseaban mucho, leían y conversaban. Se comunicaban sobre todo en alemán, pues Iván Nikoláyevich aún lo recordaba desde la guerra… 

La guerra 

Después de que su regimiento se asentara en Turingia, al exsargento veinteañero, Iván, lo nombraron comandante de tres asentamientos alemanes: Heyerode, Diedorf y Eigenrieden. Fue en julio de 1945. Se dice que en aquellos días no se daba la amistad entre rusos y alemanes…


Pero Iván Byvshij afirma que eso no es cierto. Él hizo gran amistad con Günther, un  alemán de la ciudad de Heyerode, que había sido soldado de la Wehrmacht. Se veían a menudo, charlaban mucho y un día el alemán le presentó a su hermana menor, Elizabeth. Los soldados del Ejército Rojo tenían prohibido salir con mujeres alemanas. Pero esto no detuvo a Byvshij. Se enamoró de Lischen (como la llamaba cariñosamente) e Iván alquiló un pequeño apartamento, y comenzaron a vivir juntos... 

Todo el mundo se enteró de su relación con la alemana. Pero la mayor parte hacía la vista gorda.  Iván Byvshij lo mantuvo oculto hasta que anunció: "Me voy a casar con Elizabeth”. Entonces lo enviaron de vuelta a la URSS y la infeliz Lischen se quedó en Alemania. Si volverían a verse de nuevo, nadie lo sabía, pero en las cartas constantemente hablaban del tan esperado encuentro… 


Su correspondencia duró diez años. Durante ese tiempo, Iván Byvshij, por propia convicción, ni siquiera miró a otras chicas y Elizabeth no se casó. "Yo esperaba a Vania. Esperaba que algo ocurriera. Pensé que Stalin moriría y todo saldría bien", dijo en una entrevista... 

 


La correspondencia la detuvo Iván Nikoláyevich. En 1956, las autoridades competentes lo llamaron y le exigieron detener "esa barbaridad de relación con Alemania". Lo amenazaron con exiliarlo al Norte. Escribió una carta de despedida a Elizabeth y, respirando hondo, la echó en el buzón. Al poco se casó y Elizabeth también se casó. Pero al quedarse solo, de mayor ya, el jubilado de Krasnoyarsk a menudo recordaba el pasado, incluida la parte más dulce, la vida en el apartamento alemán con su Lischen… 

Encuentro 

A Iván Nikoláyevich le pidieron que se pusiera un traje y se afeitara con la excusa de que le esperaba un encuentro con una persona importante, que se interesaba por su trabajo en la Sociedad Histórica y Genealógica… 

Temprano por la mañana, llegó a su casa un amigo que lo llevó en coche a algún lugar. "¿Qué ocurre, acaso soy un niño? ¿Por qué se comportan conmigo así?", gruñó Iván.  "¡Díganme ya dónde vamos!" El coche se detuvo en una casa desconocida. "Ahora suba al segundo piso ", le pidieron los organizadores de la sorpresa… 

"En cuanto entre en la habitación, inmediatamente lo entenderá todo".  Iván, Nikoláyevich, ya enfadado con lo que estaba ocurriendo, entró en la casa. En la ventana del segundo piso había una señora mayor arreglada y bien cuidada, de cabello blanco, que le saludó con la mano. Era como un sueño. Durante un buen rato, ni él ni ella podían creer en lo que estaba pasando. "¿Cómo me has encontrado?", Iván Nikoláyevich estaba perplejo…

Resultó que los compañeros veteranos llevaban tiempo estudiando su biografía, y al conocer la existencia de Elizabeth, la buscaron en Europa, la llamaron y le propusieron venir a Krasnoyarsk... 

Elizabeth Valdhelm murió hace tres años. Tras enfermar, volvió a Alemania para recibir tratamiento. Desde ahí, todos los días, varias veces llamaba a su marido: "Volveré a casa dentro de un mes, a más tardar, dos”, prometió la mujer de Iván Nikoláyevich…


Pero a continuación, las llamadas cesaron. "Lisa tuvo un derrame cerebral," le comunicó una prima suya que llamó una semana después. A los pocos días le llegó la noticia de su muerte. Iván no fue al funeral de Elizabeth, no se lo permitieron los hijos. Temieron que el corazón del anciano no soportara la emoción. "La quiero igual que antes", dice el veterano de guerra. "La quiero mucho, mucho, mucho."

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